Cómo la vida misma el cine necesita de los malos para poder existir. ¿Qué se haría en el mundo sin malos, dónde estarían los buenos? En el cine pasa lo mismo. Sin los famosos malos, perversos, depravados, malvados, demoníacos y otras lindeces del diccionario ¿qué serían de los héroes, de los buenos, de los rectos y de los abnegados? Son caras de una misma moneda, el eterno tema de la lucha del bien y del mal. Por eso y porque el cine es semillero de malos malísimos es muy interesante, pedagógico, divertido y evidentemente oportuno, por aquello de comparar los malos del cine con los malos de la realidad, el libro de Jan Martín “Los malos del cine”, en una cuidada, elegante y muy ilustrado edición de Editorial Océano en su colección “Ámbar”.
Jan Martín analiza a los malos del cine desde los diferentes géneros por los que circulan esos seres perversos que un punto atractivos para el público, por aquello de la sugestión del ángel caído. Y así, en el libro se analizan desde las criaturas nocturnas, con Drácula a la cabeza, a los malos del western, con Liberty Valance como malo malísimo, pasando por los gánsteres (con los Corleone de grandes protagonistas); los malos de risa (el tonto Doctor Maligno); los malos poderosos (el indispensable Charles F. Kane o el aborrecible Señor Potter, de “Qué bello es vivir”); los malos infantiles (con la retorcida Reina de “Blancanieves”); los malos del cómic (con el indiscutible Joker); los malos y militares; las monstruosidades (con Alien, King Kong y La mosca); los malos perturbados (con el Max Candy de “El cabo del miedo”), los malos planetarios (con el inquietante HAL 9000); los psicópatas y asesinos en series(con el imprescindible Hannibal Lecter); las femme fatale (con la impactante Cora de “El cartero siempre llama dos veces”, de 1981); las malísima (con la clásica Baby Jane), y los polis malos (con un Hank Quinlan inolvidable). Un recorrido tan acertado como lúdico, donde el autor analiza e ilustra sobre las diferentes malos que han dado los diferentes géneros en un estudio tan brillante como esclarecedor y que lo convierte en un libro tanto de lectura para descubrir que la realidad supera al cine, como de consulta para refrescar las pesadillas de nuestra memoria cinematográfica.