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Título: Cineclub
Título original: The Film Club
Autor: David Gilmour
Traducción: Ignacio Gómez Calvo
Año de edición: 2009
Número de páginas: 254
Colección: Reservoir Books
Editorial: Random House Mondadori |
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Al igual que muchos directores (una gran mayoría) utilizan el cine como una terapia particular (los casos de Woody Allen, Ingmar Bergman o Federico Fellini, por poner solo tres ejemplos, son tan diáfanos como ciertos), David Gilmour, el autor de este curioso libro “Cineclub”, ha utilizado la escritura y el cine para poner en orden sus fantasmas personales. Como cualquier película que se precie “Cineclub” se mueve en esos dos terrenos tan poderosos de la creación que son el amor y el odio a partes iguales. Es una novela (si es que se le puede llamar así a esta especie de confesión terapéutica) que utiliza el cine como herramienta catártica no en el personaje de Jesse, el hijo de David (y seudo protagonista de la historia) sino en la persona del propio David Gilmour, obsesionado por su rol de padre y tocado por sus experiencias juveniles que, a lo largo de la narración, no parece haber superado. La relación amor-odio que se establece entre el libro y el lector se sustenta en dos grandes apartados. Amor a la magnífica, sosegada y original forma en la que David Gilmour (destacado escritor y crítico de cine canadiense) utiliza el cine como un elemento que forma parte indeleble de las personas, desde que el cine es cine, aportando una particular, pero acertada mirada sobre diversos aspectos de ese milagro narrativo que es el cine. La lista de películas que pululan por el “cineclub” que David propone a Jesse (en realidad a sí mismo) es tan variada como ecléctica, tan personal como discutible, pero, eso sí, llena de los guiños de un buen cinéfilo, de las notas de un entendido, de los apuntes de un buen enamorado, lo que da a esa parte del libro una dimensión excepcionalmente útil para cualquier aficionado al cine, aunque en realidad hay menos “cineclub” de lo que promete el título. Odio a la inmadurez paterna de David Gilmour, al traumático dramatismo del joven Jesse y sus amoríos adolescente-juveniles, y al exceso de historia familiar que en ocasiones tapa la pantalla del “cineclub”. No se si le pasará a todos los lectores mediterráneos, pero para el que esto firma, la cultura anglosajona padece de un toque melodramático que en este libro de David Gilmour adquiere tintes de tragedia griega. Hay una exagerada dimensión a los problemas de Jesse y del propio David Gilmour, que ocupa más de dos tercios del libro, y que se convierten en aburridos cuando se descubre que, en el fondo, lo que ha hecho el autor es una terapia con el cine al fondo. Pero el valor de la mirada cinéfila de David Gilmour rescata al libro de lo que sería simple y elemental pedagogía familiar para convertirlo en un breve pero denso tratado sobre el cine.
Por: Miguel-Fernando Ruiz de Villalobos |